Diego de Giráldez ha decidido reunir cuatro décadas de su quehacer, fidelísimo, siempre en la misma linea, un punto tétrico y, sin embargo, no solanesco, sino con acercamientos a modos del postbarroco, en un tenebrismo que podía emparentar con artistas olvidados que cuelgan en altos muros de templos penumbrosos.
Diego de Giráldez ha recorrido medio mundo, y aquí, en esta antológica está una síntesis de este vagamundear.