sábado, 15 de marzo de 2008

DIEGO DE GIRÁLDEZ EN SU MUSEO. POR FRANCISCO PABLOS.

POCOS, muy pocos serán en todo el mundo, los artistas que antes de cumplir el medio siglo cuenten con museo propio. Es el caso del pintor Diego de Giráldez, probablemente el más trotamundos de nuestros plásticos y de seguro que el que más exposiciones personales ha realizado, ya que sobrepasan el medio millar, a veces con varias simultáneamente y en lugares muy distantes entre sí. En A Cañiza, su villa natal, Giráldez, parco en palabras, peculiar en la imagen personal, voluntad inquebrantable, ha montado su museo " Realismo Nas", como bautizó a su peculiar, a veces paradójica y hasta inefable pintura, en un edificio de cinco plantas que fué casa cuartel de la Guardia Civil. Con escasas modificaciones y conservando las peculiaridades de la edificación hasta en las cocinas de las viviendas de los miembros de la Benemérita, Giráldez acumula su obra, más de trescientos cuadros de todos los formatos y tamaños. Allí está su mundo inquietante, y paradójico como decimos, ya que es un pintor tenebrista, notario de muertes que, sin embargo, semejan inmarchitables.Sus Cristos ha perdido todo atisbo de divinidad y son torturados en resignación, lecciones de anatomía dígnas de esa tradición que está más cerca de Caravaggio o Valdés Leal que de Rembrandt. Allí su fauna doméstica, gallos, ovejas o conejos para la cotidiana alimentación, con plumas, vellones o pelos táctiles, igual que los paños en que reposan, sobados, gastados, testimoniales hasta en los hilos que pierden, y que el espectador, engañado, quiere recoger en el aire, como si ello fuera posible.
Todo es silencio en este caserón-museo, que problamente entusiasmaría a Solana tan amigo, también, de la muerte y, ¿ Por qué no decirlo?, de lo tétrico, cadavérico. "sic transit gloria mundi" puso en uno de sus cuadros el citado y genial Valdés Leal, y a casi todos los de Giráldez valdría el mismo monte o leyenda. porque hasta la naturaleza vegetal la transforma en inanimada e intemporal, ya que en estos cuadros no hay árboles sino ramas rotas y secas en las que secos y polvorientos están hasta los líquenes que un día se adhirieron a esas cortezas hoy agresivas en sus asperezas.
Giráldez, en ocasiones también escultor ahonda en esas sus muertes de fechas imprecisables, de manera que sus modelados, táctiles como yacentes de ámbitos religiosos, semejan que van a exhalar un postrer y sorprendente aliento.
Muchos museos hay en Galicia o por España adelante. Pero ninguno tan inquietante, tan diferente por único, como éste de Diego de Giráldez en A Cañiza, grande y silente.
Francisco Pablos
Crítico de Arte y Miembro de la Academia de Bellas Artes de galicia.