sábado, 25 de abril de 2009

DIEGO DE GIRÁLDEZ REALIDAD TRASCENDIDA-POR FRANCISCO PABLOS.

Si parodiando A Rilke podría decirse que un objeto común es ese objeto y todos los objetos idénticos, más al fin únicamente él solo, el objeto, en la pintura de Diego de Giráldez esa circunstancia se extrema, se exacerba, se lleva al ápice, porque cuando él toma cualquier cosa como referncia, la más vulgar, la hace única, sencillamente porque trasciende la realidad.
¿Y en que consiste tan sutil operación? Porque no estamos, estrictamente ante un hiperrealista. Se trata de aceptar el postulado leonardesco de que la pintura es cosa mental. Pero sobre la base de que el ojo, los ojos. La mirada de Diego de Giráldez, es entomológica. Capaz de apreciar, reflejar, destacar aquello que la mirada común no ve, sencillamente porque no posee la profundidad, la perspicacia, de la de este artísta.
Que al fin, es paradójico, porque en las cosas inanimadas, en aquellos elementos que habitualmente integran un bodegón, también llamado naturaleza muerta, él consigue la vida, la perennidad, la trascendencia. pero atenuada, meramente sugerida. Digamos que están vivas sus cosas, su objetos, sus animales, desde la muerte aparente.
Inevitablemente, surge y se impone lo inquietante. Digámoslo de una vez: la pintura de Diego de Giráldez es inquietadora, casi angustiante. Porque nada en ella es extraordinario y, sin embargo, todo se eleva más alla de lo cotidiano.
Lo común se mayusculiza, hasta lo anodino cobra importancia. Un cacharro, cualquier enser del ajuar doméstico, es él, el único, el irrepetible. Es don cacharro y acaso hasta el excelentísimo señor cacharro.
Mientras en los bodegones de tantos pintores sus animales muertos, las piezas de caza o de corral, tan frecuentes en el arte de los siglo XVIII y XIX, parecen dispuestos a partir para los fogones, en los cuadros de Diego de Giráldez, invitan al respeto, a la admiración exigen, mejor, su adoración ensimismada, porque alcanzan el rango de símbolos, de criaturas intangibles, ya que lo mágico, ese soplo sutil inefable, de que los dota el artista, los eleva a tal categoría a partir de la mera anécdota, como pedía siempre el maestro Eugenio d´Ors, de quien Giráldez ha aprovechado siempre la máxima de que en arte, todo lo que no es tradición es plagio. Porque nuestro pintor no ha inventado nada. Aparentemente, claro, ya que en él todo es, al fin, absoluta invención. Sigue la más antigua y ortodoxa tradición, pero recreándola. Haciéndola suya, de manera que el realismo tiene una historia, una trayectoria que interrupe para resurgir, en la puereza y modos insospechables, a partir de su obra.
Nos interesa más el hiperrealista que el tangencialmente surrealista Diego de Giráldez. Digamos que su mente cartesiana no precisa elucubraciones. Al menos, no necesita que lleguen a la obra que el espectador va a contemplar. Le basta con razonar, reflexionar, ahondar en su mente antes de que la mano trace, sobre el soporte, líneas, formas, y a él llegue el color. Que es exultante, semejando tan aquilatado. Que puede ser agresivo pero al fin es entonado, en gamas que se difuminan, que se neutralizan, que se envuelven en una atmósfera indefinible.
El pintor ama la anatomía. Hubiera sido un discípulo amado por Andrea Vesalio. Porque cuando se recrea en la figura humana hay en ella la perfección morfológica expresada hasta lo enfermizo, y sin embargo no es reiterativo. Sabe detenerse en el justo límite del exceso de habilidad para dar a su obra ese soplo sutil del arte, que al fin es lo trascendente.
Por supuesto que sabe trastocar la realidad convencional, de manera que sorprenda desde un recurso tan elemental como es el tamaño de las cosas, a partir de la referencia más convencional. Sólo eso, secreto avoces, le basta para llevarnos hasta el misterio. Hasta esa inquietante realidad trascendida a que aludiamos. Hace un arte personal, diferente, importante.
Y esta pintura es consecuencia de unavoluntad insobornable, inagotable. Diego de Giráldez sabía, de muchacho, a donde quería llegar. Ensayó, ahondó, insistió. Y Logró. Ahora que goza de admiración y respeto internacionales puede parecer tal situación fruto de la casualidad. No lo es. Muy al contrario, detrás de una obra de hoy está un larguísimo ejercicio. años de trabajo, soledad, búsqueda,reflexión. El afán de conseguir la obra bien hecha. Ay del artista que no domina su oficio! Y Diego de Giráldez lo domina, totalmente, pero sin confiarse. Sabedor de que el resultado de ayer, por feliz que fuere, es un reto para hoy y una incógnita para mañana.
Hay modas, modos, ísmos que pasan. Que tienen vida efímera. Es un modo de abordar la realidad, trascendiéndola, es intemporal. Y por ende, permanente, eterno. Ocurrirá no obstante, un día, que nadie será capaz de decirnos ante una obra de Giráldez en que época exacta vivió y pintó. Quizá alguien se confunda y aventure el siglo XVII. El tiempo de Zurbarán, por ejemplo. Pero si ahondamos más en la mirada llegaremos a la conclusión de que esa realidad trascendida solo es posible tras experiencias oníricas que fueron posteriores".

FRANCISCO PABLOS.
Crítico de Arte y Miembro de la Academia de Bellas Artes de Galicia.