jueves, 9 de abril de 2009

REALIDAD Y MISTERIO EN LA PINTURA DE DIEGO DE GIRÁLDEZ.

Treinta años después de aquella exposición inicial en la que, tímidamente, se daba a conocer, sigue sorprendiento Diego de Giráldez, con su arte peculiar; ése su mundo de silencio, de muerte, de inanición generalizada, en la que todo queda trascendido de misterio.
Muertos e impresionantes están sus bodegones, que deberían aludirse con la denominación francesa, "naturaleza muerta".
Muertos sus objetos de cristal, sus animales. Como embalsamados, esos gallos que quebraron noches, y no albores cidianos, cacareando a destiempo.
Tumefactos y sobrecogedores sus cristos humanizados, con algo de preocupante en su alejamiento de toda estética tradicional y halagadora.
Giráldez ha decidido reunir tres décadas de su quehacer, fidelísimo siempre en la misma línea, un punto tétrico y, sin embargo, no solanesco sino con acercamiento a modos de postbarroco, en un tenebrismo que podía emparentar con artistas olvidados que cuelgan en altos muros de templos penumbrosos.
Tanto, que algún día, quizá se entusiasme con esos mártires decapitados que portan, o exhiben, su propia cabeza en las manos y que pueden verse por tantos conventos hispanos de órdenes misioneras.
Porque a quien no se parece nuestro pintor de A Cañiza, donde tiene museo propio que es fiel reflejo de su misma persona,es a Valdés Leal, quizá porque no le conoce, aunque sea el campeón de la exhibición de lo tétrico y sentencia de las vanidades humanas.
Técnica peculiar, fondos negros, objetos doblemente inanimados, porque en su realidad carecen de vida y en la representación pictórica han sido sacrificados de nuevo. Pintura para ornar celdas y muros cartujanos o camalduenses, ya que invitan, o mejor exigen, meditar sobre el más allá sobra lo que, inerte, será perduralble.
Ningún pintor nuestro ha mostrado tan intensamente su obra en tan corto espacio de tiempo. Diego de Giráldez ha recorrido medio mundo, y aquí, en esta antológica, está una síntesis de ese vagamundear. Cada cuadro es un autorretrato, aunque la figura apenas exista.

Francisco de Pablos.
Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Galicia.