Es muy difícil pintar la luz . Sólo el genio lo consigue . Nos lo confirmó sabiamente hace dos o tres años, curiosamente en este mismo lugar, el profesor Pérez Calero, cuando nos ayudó a ver la rigurosa captación, la perfecta aprehensión lumínica en la pintura de los dos Diegos- la del sevillano del Siglo de Oro y la del gallego de hoy. Porque la luz tiene tramos y secuencias, penumbras y oscuros, destellos cegadores y reverberaciones resplandecientes, centelleos que chispean en el alma o diafanidades que la serenan y apaciguan. Es muy difícil pintar la luz, Sólo el genio lo consigue.
Me parece igualmente dificil pintar el tiempo, esa sublime abstracción en la que inconscientemente existimos. Acaso nuestra pequeñez nos permita vislumbrar, sólo vislumbrar, que hay un tiempo eterno, ajeno a nosotros, que vivimos en un tiempo limitado y con índece de caducidad.Y, sin embargo, sabemos,eso sí, que hay un tiempo absoluto, inexsorable, puntual, exacto... y un tiempo relativo, que lo mismo sestea por los lentos meandros de la vida, como se precipita, ágil y brusco, por angostos despeñaderos que, irremediablemente, nos conducen hacia la segura verdad de la muerte. Debe de ser muy dificíl pintar el tiempo.
Hace unos días visité la breve exposición que se ofrece aquí, en el Monasterio de Poio
, del pintor y escultor Diego de Giráldez.
A aquella hora de la tarde, yo era el único visitante. La luz que entraba desde el exterior chocaba con la luz interior que irradiaban las pinturas de la sala. Fue entonces, en ese preciso instante, y como producto de ese feliz enfrentamiento, cuando se produjo mi propia iluminación : lo que allí estaba pintado, lo que yo estaba viendo
, no era otra cosa que la pintura del tiempo. Un tiempo silencioso que se había parado, que se había detenido, que se había posado en las cosas, Pero mejor aún que un tiempo detenido, era un tiempo retenido por las cosas, tal como está retenida el agua- agua es tiempo, bien nos lo dijo Machado- que cae en el lavabo de uno de los cuadros.
Entonces vi con toda claridad- la luz a la que antes aludía me lo permitió- cómo retenían el tiempo, cómo lo aprisionaban y paralizaban, los tres panes que tenía frente a mí, aquel pez en su plato, los bodegones de frutas rojas o membrillo, las espigas de maíz o la vieja plancha de hierro, la sartén y la palmatoria con vela que, en su contención del tiempo, albergan el recuerdo, como reza su titulo.
Luego están los gallos. Hay gallos, muchos gallos. Hablando del tiempo, los gallos- ya lo sabemos- son los relojes del alba . Pero estos relojes están parados, porque también está parado el tiempo : No esperamos el canto que nos anuncie un nuevo amanecer porque, repito, se ha retenido el tiempo: aquí no llega el alba ni la noche.
Sólo advierto una incongruencia en toda mi armoniosa sospecha. Es el conejo que salta de su doméstica chistera, ahora pote de cocina .Y me pregunto con qué juego mágico quiere sorprendernos o qué pretende anunciarnos con su insinuante pirueta. Acaso sólo quiera advertirnos, conducirnos hacía el simbólico cordero, única escultura de la sala, que en su humilde actitud pascual, preside toda la exposición.
Dámaso G. Domínguez.
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