domingo, 5 de octubre de 2008

MEMORIA DE UN IGNORANTE- POR MANUEL ORÍO SOBRE LA OBRA DE DIEGO DE GIRÁLDEZ.

Reconozco que no soy ningún experto en pintura, y mucho menos, en pintura contemporánea. Muy al contrario, la plástica que hoy se desarrolla me es tan ajena como le resultaría un teléfono móvil a Leonardo. En definitiva que, como dicen muchos de mis amigos que entienden, a mi se me paró el reloj con un tal Francisco de Goya y Lucientes, aquel aragonés que, antes de ser sordo ya era genial y después de perder la audición, ascendió al lugar donde sólo se sientan los dioses. Particularmente, interpreto que la cuerda me duró un poco más. Muchos se sorprenden cuando les aseguro que mis pintores favoritos- después de don Diego, don Francisco, don Bartolomé Esteban y don Rembrandt- son los artistas españoles del siglo XIX, aquellos académicos pinceles que se empeñaban en recrear, fundamentalmente, estampas históricas de hondo dramatismo y crispados acentos. Es decir, Antonio Gispert, Palmeroli, Pradilla, Los Madrazo, Esquivel o Becquer, por poner ejemplos capaces de ilustrar estas, a juicio de algunos, estrafalarias preferencias. Esos lienzos, a menudo gigantescos, en los que se nos muestra con acendrado realismo el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros de conspiración, la reina Juana la Loca acompañando a su augusto esposo Felipe, de cuerpo presente,por las yermas tierras de Castilla o el rey Amadeo, en actitud orante, ante el cadáver de Prim, representan una muestra de esa plástica, para algunos pasada de moda y para otros, como es mi caso, enteramente fascinante.
Resulta evidente que mis gustos en materia pictórica se mantienen fieles al realismo, probablemente porque, como pobre ignorante, no he sido capaz de saltar ese peldaño que convierte las formas en sueños, la carne en pensamiento y la geometría en metafísica. Sólo Dios sabe si, en efecto, las formas están absoletas, y si pintar un caballo es propio de estilos apolillados, pero en Diego de Giráldez percibo, entre otras gracias, muchos de los atributos que me agradan y, entre ellos, no es el menor, un concienzudo trabajo de excelente dibujante bajo los colores y el tratamiento de la tela, una herramienta que, en las nuevas tendencias, parece haber caído en el olvido, algo que no acabo de comprender. Olvidar que el pintor ha de ser un gran dibujante es lo mismo que aceptar la ignorancia de un periodista en materia de Gramática o lo de un médico, en Anatomía.
Colocar en fila los méritos y galardones acaparados por Diego de Giráldez no es el menester de este escrito. Si lo es, destacar su madurez de artista, el paulatino desarrollo de su aventura vital reflejada cada vez con mayor nitidez y serenidad en las telas, su noble dominio de los recursos del oficio, adquiridos por él mismo seguramente con pintura que a mí, personalmente, me satisface mucho.

MANUEL ORIO
Periodista, Director General Adjunto del Atlántico Diario. (Galicia).