viernes, 29 de junio de 2012

DIEGO DE GIRÁLDEZ, PINTOR ESPAÑOL

Inconfundible la obra de este pintor, hiperrealista y sin embargo con frecuencia onírico. Hijo de un marino, vive su infancia en la villa natal, en un ámbito casi campesino. A los 8 años su familia se traslada a Vigo y se instala en la calle Real, de peculiar arquitectura decimonónica, entre la Colegiata neoclásica y el barrio marinero del Berbés. Diego queda huérfano de padre un años más tarde, y ya se interesa por el dibujo y la pintura. Su madre alienta esta vocación y lo lleva a Madrid para que conozca el Museo de Prado nuevamente, puesto que ya lo habia visitado cuando vivía su progenitor. El niño debora libros de medicina, especialmente de anatomía. Y trabaja  deseando dominar la  técnica, que llega a ser en él pasión casi enfermiza.
Su primera exposición la realiza en Vigo, en 1975, con éxito sorprendente. Salta a Cataluña y allí se confirma su acogída. Repite incansablemente exposiciones en toda España, hasta el punto de que no debe quedar ciudad o villa importante donde no haya mostrado su obra. Viaja  por Europa y pasa larguisimas jornadas en los museos. Llega a conocer a fondo a Velázquez, Zurbarán, Goya. Su obra es seleccionada para la muestra colectiva denominada "Maestros del realismo español de la vanguardia. Expone en el extranjero, sorprendiendo siempre la peculiar actitud plástica que adopta, con verismo impresionante en sus representaciones, en las que, sin embargo, hay una fantasia evidente y un inquietante misterio implícito.
De Suiza a Portugal su obra gana prestigio. La elogia el gran crítico, prematuramente muerto, Santiago Amón. La adquieren museos de España y del extranjero. En cierto modo, es único, irrepetible. Giráldez es un realista diferente. Cuando representa un objeto, cualquier cachivache doméstico- un vaso, un  huevo- su representación, como acontecía con Zurbarán, lo separa del mundo común para mayusculizarlo y ser únicamente él. El Huevo, El Vaso, el Excelentisimo Señor Huevo humilde y mangnificado.
Sus cuadros religiosos representan un mundo diferente, táctil, obsesionante. Sus gallos muertos parecen vivir en una imaginaria taxidermia. La deliberada desproporción entre los objetos representados nos conduce a un surrealismo también peculiar. Desde la máxima exactitud referencial, la pintura de Diego de Giráldez es inquietante, capaz de conmover al espiritu menos sensible.