viernes, 2 de mayo de 2008

DIEGO DE GIRÁLDEZ: TIEMPO DE OFRENDAS- POR ROMÁN PEREIRO ALONSO

En tiempos difíciles para la pintura, en el sentido más tradicional, Diego de Giráldez, ajeno a modas o "ismos", consigue la vigencia de su arte al situarlo en ese espacio de yuxtaposición ideológica y obsesiva de lo real.

El arte, entre sus múltiples formas de expresión acoge una vez más la realidad, desde una visión personal que acepta el mestizaje de imágenes y costumbres resultante del encuentro de dos mundos conceptualmente antagónicos... el artista asume el pensamiento simbiótico resultante del ruralismo- urbano y dirige su mirada en busca de la sensibilidad y las cosas que van quedando retenidas en el tiempo. Sus cuadros son fuentes de evocación que exponen sentimientos íntimos de la memoria. Presencias y encuentros con las últimas ofrendas de la aldea. Diego de Giráldez es el mago que invoca la permanencia del nombre las aves, el misterio de los objetos y los emblemas rurales..., es eloferente de la tribu, estigmatizado para los milagros.

Hay en la obra de Diego de Giráldez una mística de vida y sacrificio. Una paloma, un cordero o unas gallinas recién salidas del corral que esperan en un rincón de penumbra el momento de asumir el protagonismo de la inmolación.

Otras veces busca en un espacio de telas, soledad y silencio, todo el símbolismo reparador de la cultura, EL "Agnus Dei", cubierto de rojo litúrgico, preparado para el ceremonial del sacrificio. Igualmente dispuesto el "Cristo Hombre" (1982), uno de sus cuadros más emblemáticos pintado con sabia ejecutoria en la cumbre de su carrera. Un Dios, al tamaño natural de un hombre, que se resigna a un trágico destino: Un giro de pesadumbre en la cara, arrodillado y desnudo, con los mínimos elementos complementarios para el máximo poder evocador.

De igual modo busca Diego de Giráldez el simbolismo en los pequeños formatos y no por su tamaño y sencillez pierden capacidad de emocionar. Las cosas sagradas del hogar y de la tierra. Tesoros que fueron de un mundo rural que se desvanece en la metrópoli: Un puñado de castañas o unos huevos "morenos". Una pluma de ave que emplaza el sentido más delicado del tacto... ,o un pan sacramental sobre el impoluto paño que lo preserva. Presencias reales reteniendo el misterio poético de una cultura que se aleja.
Cada cuadro de Diego de Giráldez es una ofrenda que nos remite a la memoria de la aldea. Un lugar y un tiempo, más o menos lejanos, nos los ofrece el artista con la frescura de una sorpresa, como un afortunado encuentro lleno de sugerencias. Diego de Giráldez dibuja sus ofrendas envolviéndolas en una luz tamizada por la añoranza..., una luz crepuscular; esa misteriosa e íntima luz que vibra en la proximidad de la sombra. Así nace un recital de veladuras para alcanzar un cromatismo refinado y contenido que soluciona con fórmulas propias, aglutinando gamas, avecinando tonos casi idénticos, para conseguir finalmente una atmósfera cargada de nostalgia.
Naturalezas quietas...¡No muertas! un gallo pleno de deseos de libertad para marcar nuevamente su territorio. Unos erizos de castaño todavía con el aroma del último otoño. Un cristal reciclado en florero, para un fragmento de rama de manzano que en sus flores mantiene una esperanza de vida.
Acierta Diego de giráldez cuando denuncia la fogacitosis urbana que hace crecer un campo de hortalizas, en verdes desgarbados, dentro de una estrecha limitación metálica, lugares en los que el cordero o la paloma o el gallo, se siente extraños prisioneros.

Román Pereiro Alonso

Comisario Museo R.C. Celta y Presidente de la AGCA. (Galicia)